Untitled Document

 

"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos"   SURda

www.surda.se

 

 

09-08-2016

Tarifas: protesta, gestión y política

 


SURda

Argentina

Opinión

Jorge Raventos

 

La Justicia ha abierto otro paréntesis al incremento de las tarifas de energía. El Gobierno aguarda ahora un pronunciamiento rápido de la Corte Suprema.

La velocidad, sin embargo, es un concepto relativo: en este asunto, el gobierno quiso ganar tiempo evitando pasos que parecen ineludibles (las audiencias públicas para informar y escuchar a todos los sectores interesados, principalmente los usuarios) y lo que ha conseguido hasta el momento es pagar un precio de desgaste para quedar inmóvil (y, seguramente, para tener que retroceder cabizbajo al primer casillero cuando la Corte falle).

Cacerolas y antipolítica

Tres semanas atrás el gobierno de Mauricio Macri sufrió su primer cacerolazo por culpa de las tarifas y el jueves 4 la experiencia se repitió en escala menor (probablemente porque las facturas, a esa altura, estaban inmovilizadas en un limbo cautelar). El domingo 7 las organizaciones piqueteras marchan entre la iglesia de San Cayetano y la Casa Rosada. Claman contra los aumentos tarifarios y también por el desempleo, la inflación y la pobreza.

El Gobierno se preocupa. Desde 2001 las protestas callejeras y las cacerolas –no sólo en Argentina- suscitan la inquietud de los gobernantes. Es que se producen en el contexto de una reacción antipolítica que recorre el mundo como una epidemia y que desestabiliza poderes y nutre el crecimiento distintos tipos de outsiders que pueden transformarse, inopinadamente, en emergentes del disconformismo y la decepción. Sobran ejemplos de todos los colores.

En la pequeña Islandia, por ejemplo, está actualmente en condiciones de alcanzar el gobierno el Partido Pirata, una fuerza cuyo origen es un movimiento sueco de hackers informáticos (que se extendió y ya alcanzó representación en el parlamento europeo); en Estados Unidos hoy la antipolítica se encarna en la candidatura republicana de Donald Trump pero también en el movimiento que apoyó la precandidatura demócrata de Bernie Sanders (que peleó de igual a igual con Hillary Clinton); detrás de esos fenómenos están, respectivamente, el movimiento Tea Party por derecha y Ocupar Wall Street, por izquierda. En Francia se ha convertido en primera fuerza en la opinión pública el Frente Nacional de la familia Le Pen; en España se expresó en el movimiento de Indignados y electoralmente en la corriente Podemos. En Gran Bretaña, en las tendencias que impulsaron el Brexit. Hay más casos.

La antipolítica refleja la preponderancia de las simplificaciones y el cortoplacismo sobre las necesidades estratégicas y los procesos más complejos. Revela también el desencanto y la contrariedad de de los ciudadanos ante la impotencia de los poderes nacionales, incapaces de controlar las fuerzas mayores de la época, que tienen sustancia transnacional y reflejan el establecimiento de una sociedad mundial y una economía globalmente integrada.

La gestión aséptica

Irónicamente, Mauricio Macri, que hoy sufre reacciones antipolíticas, llegó a la Casa Rosada sostenido en una coalición con base en una endeble estructura partidaria y convergiendo con una ola de opinión pública no sólo contraria a la continuidad del kirchnerismo, sino escéptica frente a la política en general.

Una Argentina en la que las fuerzas políticas tradicionales (radicalismo y peronismo) han sobrellevado fuertes tropiezos y serias deficiencias de gestión en sus últimas experiencias de gobierno (la Alianza que hizo presidente a Fernando De la Rúa y vicepresidente a Chacho Alvarez; el período K en sus dos versiones, con el derroche estéril de recursos y oportunidades y los rastros de su corrupción), dio la chance a que se afirmara una corriente sesgada hacia la antipolítica y encandilada con la pura “gestión”.

El gobierno de Macri vacila y oscila entre esa antipolítica a la que lo incita buena parte de su base electoral y el desarrollo de una nueva política; entre un formato antipolítico, “líquido” (gestión y comunicación vía redes; compromisos tenues, vínculos circunstanciales basados en articulaciones esporádica de intereses prácticos) y la aceptación (no menos práctica, si se quiere) de la realidad, que indica la necesidad de estructuras todo lo novedosas que se quiera pero suficientemente simétricas con la presencias de actores menos “líquidos”: organizaciones sociales, sindicatos, estructuras empresarias, poderes municipales y provinciales, Congreso, Justicia, instituciones.

Las evidencias subrayan que es difícil gobernar sin hacer política. En especial si las fuerzas parlamentarias propias son insuficientes, la mayoría de los gobernadores son peronistas y la calle es un territorio ajeno. Pero también si un actor de la propia coalición es un partido tan enraizado como el radicalismo, que se resiste a vivir separado de las de cisiones centrales y asilado en la coalición parlamentaria o en posiciones provinciales y municipales.

Política y acuerdos

Gobernar implica negociar y acordar. Los acuerdos se revelan indispensables para avanzar. Cuando el gobierno acuerda, las decisiones fluyen (holdouts, designaciones en la Corte, blanqueo, jubilaciones). Cuando eso no ocurre, el gobierno tiene que demorar sus propuestas, se ve obligado a vetar los proyectos ajenos o es paralizado por el cepo de la impotencia. Necesita acordar inclusive en el seno de su propia coalición, donde se resisten muchas de sus decisiones. Escuchen a Elisa Carrió.

El dispositivo de poder, para funcionar, necesita que las piezas fundamentales trabajen en conjunto.

El gobierno, a través de sus figuras más políticas y razonables, ha conseguido armar un entramado básico de poder, cuyos hilos son los núcleos de gobierno (de Nación, provincias, municipios). Allí hay una coincidencia objetiva: todos necesitan afirmar gobernabilidad y asociarse para sostenerla. Desde esos poderes territoriales el sistema se extiende al Congreso, particularmente al Senado, donde el peronismo ejerce la mayoría.

Pero lo que hay que dilucidar es si ese sistema de poder puede, por sí solo, restablecer puentes estables de confianza con la sociedad y elaborar coincidencias que ofrezcan una plataforma estable a la etapa de cambios que el país necesita encarar.

Tradicionalmente eran los partidos el tejido conjuntivo de la vida política, los transmisores de la inquietud social y los conservadores y desarrolladores de valores e ideas comunes.

Pero los partidos hoy solo cumplen esas funciones precariamente. Fueron colonizados y se transformaron en meras maquinarias paraestatales antes que en laboratorios de ideas y puentes entre las preocupaciones y aspiraciones de la sociedad y las respuestas del Estado. Así, la democracia queda vaciada de dinamismo y de capacidad para generar nuevas propuestas, iniciativas y mecanismos constructivos de participación ciudadana.

Sucesos y procesos

Limitado a una articulación de poderes nacional y subnacionales, sin apoyaturas dinámicas con la sociedad, el sistema de poder queda alienado de los vínculos que lo legitiman y pueden sostenerlo en momentos críticos. Un sistema político debe tener más dimensiones que la mera asociación de poderes estatales. Debe estar integrado con fuerzas políticas sólidas y vivas. Custodios y productores de ideas y valores.

Las protestas, de su lado, funcionan como erupciones de demanda o de veto, pero hacen falta partidos que filtren y elaboren los reclamos con criterios que los conduzcan más allá del pataleo momentáneo.

La estrategia de una sociedad necesita ir más allá de la urgencia. La fugacidad, la inmediatez son el territorio de los medios y las redes, que registran sucesos.

La política implica proyectar el mediano y el largo plazo y empezar a construir lo que se verá como obra más adelante.

Hoy, por ejemplo, es preciso consolidar tarifas que la sociedad pueda pagar y un régimen de producción, distribución y uso racional de la energía compatible con el desarrollo del país y el bienestar de las personas. Hay que elaborar soluciones legítimas que den respuesta al hoy y al mañana. Y hay que conducir a la sociedad a aceptarlas y ponerlas en práctica.

La política, tiene que actuar en un tejido de sucesos y procesos, que necesitan persistencia, organización y acuerdos para perfeccionarse.

 

 

La comezón del séptimo mes

 

Jorge Raventos

 

Cuando apenas había cumplido el séptimo mes de gestión, el gobierno de Mauricio Macri ha experimentado el primer cacerolazo de hostigamiento.

No fue obra del antimacrismo, aunque obviamente los opositores más virulentos (ultrakirchneristas, ultraizquierdistas, derecha antipartidos) se sintieron en ese ambiente como pez en el agua.

Por razones tácticas –que no siempre fueron tomadas en cuenta por los más fervorosos- ese activismo disimuló su identidad para permitir que la algarada fuese vista como una acción espontánea de los ciudadanos.

En rigor, hubo una porción de espontaneidad: entre los que protestaban había probablemente hasta votantes de Macri de la segunda vuelta que hoy se sienten decepcionados por estas consecuencias, aunque no pierden la expectativa de que el gobierno rectifique el rumbo.

Un cartel parecía indicar esa presencia: “Macri: no podemos pagarlas”, decía. Nadie que esté en la otra vereda (como es el caso de los opositores virulentos) protestaría con la esperanza que revelaba ese letrero, dirigido a convencer al Presidente de que se ha cometido un error.

Por cierto, hubo consignas que iban más allá del asunto tarifario (desde el “Fuera Aranguren” al “Fuera Macri”), pero esos pujos quedaron contenidos por el crédito que el gobierno mantiene aún en una porción de los quejosos tanto como por los subterfugios de enmascaramiento de los sectores que actúan con la lógica del desgaste y la guerra prolongada.

Se escapó la tortuga

Hoy ya forma parte de la sabiduría convencional la idea de que los aumentos de tarifas (electricidad, gas, agua) eran insoslayables…pero han sido mal ejecutados.

Salvo el kirchnerismo termocéfalo, nadie duda de que el gobierno anterior dejó una herencia horrenda: alto consumo energético cebado por el atraso de los precios y sostenido por subsidios a la larga insostenibles, ínfima inversión, pésimo mantenimiento (impulsado casi exclusivamente por situaciones críticas) y un balance en el que el país pasó de la condición de exportador a la de importador de energía, con el consiguiente dispendio de divisas.

Las condiciones de esta herencia eran bien conocidas antes de las elecciones. El colectivo de los ex secretarios de Energía (un conjunto multicolor, formado por técnicos y políticos de distintas tendencias) venía documentando anticipada y minuciosamente la situación y proponiendo caminos para remediarla, en un ejemplo elocuente de que las coincidencias no son una quimera.

Aunque no convocó a ninguno de esos técnicos (pese a que entre ellos había simpatizantes de Cambiemos), el gobierno dice apoyarse en aquellos trazos. El problema reside en que el paso de los grandes lineamientos a la puesta en práctica requiere su propio arte.

Hay que hacer política

Si el objetivo es llegar a precios que garanticen sustentabilidad genuina, inversiones y crecimiento y avanzar hacia una cultura de ahorro y consumo responsable, es evidente que las mediaciones no se dirimen por la vía fría de modificar un algoritmo. Hay que involucrar a muchos actores, hay que escuchar a muchos interesados, hay que comunicar adecuadamente. Resumiendo: hay que hacer política como sostén de la buena gestión.

Los zigzagueos y traspiés del gobierno tienen que ver con defectos políticos. Hubo -digamos- una previsión imperfecta de los efectos sociales de la actualización tarifaria, ausencia de evaluación previa y, sobre todo, una notoria falta de coordinación entre áreas de gobierno involucradas, algunas de las cuales sólo pudieron reaccionar a posteriori, con parches.

El economista norteamericano John Kenneth Galbraith decía que “la política es el arte de elegir entre lo desastroso y lo desagradable”. Parece claro que, en relación con las tarifas, lo malo no es haber optado por lo desagradable para salir de lo desastroso, sino haber desgastado esa opción por intentarla reiteradamente de modo chapucero. Algunos escritorios son lugares peligrosos para mirar el mundo desde ellos.

El desgaste termina llevando al gobierno a comprometer parte del ahorro fiscal que esperaba y prometía, a alimentar la interpretación que pone al macrismo en el lugar de la insensibilidad social y a generar la impresión de que sólo cede en esa actitud si es obligado por las presiones y las circunstancias. No menos importante, cuestiona un valor que se le asignaba sin demasiada discusión al macrismo: el de poseedor de know how y capacidad para la gestión eficiente. No parece buen negocio cambiar esa valoración por la de ser gente afable que ensaya y corrige sobre la marcha y “es capaz de reconocer sus errores”.

En fin, ha provocado el cacerolazo, que puede resonar como un despertador o transformarse en una campana de alarma.

Cuidar al Presidente

Pregunta: ¿por qué termina siendo el Presidente el pararrayos de esos errores, por qué es él el que debe “zapatear en patas”? Se dice que el gobierno prefirió tener muchos ministros de área específica en cambio de tener un ministro de Economía fuerte. Habría que ver si no es más astuto tener una o varias figuras fuertes en el gabinete, capaces de absorber con envergadura estas situaciones críticas (como lo hace el ministro de Interior, por caso, cuando hay algún cortocircuito con los gobernadores o para evitar que los haya), preservando la autoridad presidencial.

Ya iniciado el segundo semestre, con los pronósticos económicos en recálculo y los plazos previstos en estado de postergación, no conviene derrochar capital político. Aquí también es preferible el consumo responsable.

Horas antes de enterarse de un nuevo ataque terrorista contra su país, el presidente francés, Francois Hollande, soportaba una tormenta político-mediática a raíz de su peluquero personal, a quien mantiene con un contrato laboral del Estado por casi 10.000 euros al mes. La prensa afirmaba que el incidente puede costarle la reelección el año próximo.

Hasta en una Europa atravesada por el huracán de la antipolítica, el retorno de los golpes de Estado, el terrorismo y las tendencias centrífugas, los episodios banales pueden tener consecuencias.

50.000 retratos de Franklin

Parece que en Francia puede suscitarse un escándalo político por un gasto indebido de 10.000 euros. La estragada sensibilidad argentina difícilmente se sienta interpelada por una suma de apenas cuatro ceros. Por aquí hay que mostrar contadoras de billetes que trabajan interminablemente, llenar bolsos con ladrillos de 10.000 dólares hasta pasar los cinco millones o guardar meticulosamente tocos inalterados recién salidos de la Reserva Federal para que se mueva el amperímetro.

Cabe inclusive la posibilidad de que, de tan repetidas, estas acciones y estas cifras pronto dejen de conmover.
Pero todavía asombran.

Y visualizar los casi cincuenta mil retratos de Benjamín Franklin confinados en una caja de seguridad bancaria de una joven de sólo 26 años de edad y sin oficio o profesión reconocidos (que es, además, la hija menor de la última presidente) pasma, sobrecoge, turba y perturba.

Si bien se mira, los revoleos y escamoteos dinerarios del mundo K terminan neutralizando los esfuerzos del propio activismo kirchnerista, que quiere convertir en blanco de la furia pública al presidente Macri, culpándolo por las improvisaciones, idas y vueltas de algunos de sus funcionarios. La atención pasa unos segundos por ese punto, pero termina atraída por los episodios diarios de la serie Corrupción de Estado.

El Gobierno haría bien si aprovecha ese sosiego para corregir con audacia los errores e indecisiones que ya le costaron su primer cacerolazo.

 

Una broma para Tinelli

 

Jorge Raventos

 

Que la oposición política y los problemas de imagen del Gobierno se circunscribieran a los ataques de una Cristina Kirchner que canta loas al venezolano Hugo Chávez mientras jueces argentinos le embargan bienes y procesan a sus funcionarios por delitos de corrupción y lavado de dinero, constituiría el summum para la Casa Rosada. El kirchnerismo se desintegra y la expresidente se amarra al espectro de Chávez justo en el momento en que los venezolanos se hunden con la herencia del caudillo: inflación, escasez, arbitrariedad. Pan con pan.

Pero, si bien una cuerda importante de la comunicación oficial (y la paraoficial) se esfuerza en polarizar con el cristinismo y en describir su herencia y sus hazañas crematísticas, el verdadero problema del Gobierno es el presente (explicar su propia gestión de los graves problemas recibidos) y el futuro inmediato (ofrecer una descripción sugestiva del camino a seguir que vaya más allá de las buenas intenciones).

Parte de ese intríngulis es afrontar el dilema del ajuste de la economía en la antesala de un año electoral y asegurarse una atmósfera de paz social y gobernabilidad mientras el propio oficialismo es reticente al escenario de un acuerdo político y social explícito. Todo ello en el marco de una sociedad golpeada por la inflación y ansiosa de gestos fuertes de la Justicia. No es tarea simple.

Señor Presidente

“Se acabó la joda” anunció el domingo 24 Mauricio Macri en conversación televisada con Jorge Lanata. Tres días después intercambiaba bromas digitales con Marcelo Tinelli en Olivos, obviamente multiplicadas en las redes y amplificadas en los medios tradicionales.

La comunicación oficial ha tenido que echar mano intensivamente a su principal recurso: la figura presidencial.

En la última semana Macri atendió a columnistas, periodistas, conductores y animadores de alto rating para hablarles sobre todo (aunque no exclusivamente) de las tarifas de energía, de la necesidad de consumirla moderada y racionalmente. Y, claro, de la herencia recibida. La Casa Rosada lee encuestas y atiende con inquietud el humor social, que, aunque no le ha cortado el crédito al titular del Ejecutivo, muestra preocupación por la inflación y los aumentos y les viene bajando la nota a los ministros.

Dos semanas atrás, en esta columna se señalaba la ausencia de “figuras fuertes en el gabinete, capaces de absorber con envergadura situaciones críticas” de modo de preservar al Presidente. Es probable que esa ausencia haya sido inspirada por una concepción de la política de baja intensidad que ha venido imperando en el Pro. La consecuencia, en cualquier caso, es que, ante tormentas fuertes, no hay pararrayos y es Macri en persona quien tiene que salir a la intemperie. No debería sorprender, entonces, que muchas veces se lo observe cansado. El país es grande, los problemas son muchos y el mayor peso del Gobierno nacional recae sobre el Presidente: él tiene que arbitrar entre ministros y funcionarios que no siempre coinciden en las propuestas y él tiene que salir a defender las decisiones más controvertidas. Las redes sociales no son suficientes.

Por cierto, la centralidad presidencial es una marca genética del poder en la Argentina, en modo alguno un invento de este gobierno, que más bien asume el hecho con sorpresa y reticencia. En la hoja de ruta que traía Cambiemos, la consigna ponía el eje en la frase “hay equipo”: una red de mediaciones técnicas y de gestión elaboraría insumos para que un pequeño comité coordinado por el jefe de Gabinete y conducido por el Presidente tomara decisiones.

Cambio de planes

En ese programa, se aspiraba a dotar a la figura presidencial de rasgos cotidianos y familiares; discurso público esporádico aunque apariciones circunstanciales frecuentes, procurando el tono coloquial, alejado del dramatismo y bien diferenciado del estilo sobreactuado de su predecesora.

Pero la realidad condujo al Presidente a hacerse cargo de más tarea que la imaginada.

En parte, por fuerza (la sociedad necesita la explicación de la autoridad acreditada por el voto; los jugadores económicos o sociales no quedan satisfechos negociando sólo con las partes de un equipo que no son las que tienen la decisión final: aspiran a conocer la palabra definitiva del árbitro). Pero también por elección propia.

El caso del fútbol pertenece a la última categoría. Macri quiso operar personalmente no sólo para enderezar el rumbo de una actividad que interesa a multitudes, consume recursos públicos y está institucionalmente hundida en una ciénaga, sino porque no ignora que el fútbol constituye una formidable plataforma de lanzamiento a la política.

Lo sabe por experiencia propia: de presidente de Boca él llegó jefe de gobierno de la Capital primero y, finalmente, a la Casa Rosada.

Una broma para Tinelli

El encuentro con Marcelo Tinelli esta semana tiene ese trasfondo. Tinelli había jugado para ser presidente de la Asociación del Fútbol Argentino y Macri prefería que eso no ocurriera. No ocurrió.

También Hugo Moyano quería llegar al trono de la AFA y vio frustrado ese deseo, que no coincidía con los deseos de Macri.

Es comprensible que el Presidente observe con prevención el ascenso a una posición de influencia de personas que ya acumulan mucho poder en sus esferas: el sindicalismo, en el caso de Moyano, los medios, en el de Tinelli.

Cualquiera de ellos que sumara el poder sobre el fútbol podría adquirir grados de autonomía e influencia inquietantes para un gobierno que todavía, si bien se precia de haber conseguido -para decirlo con una imagen del propio Macri- “frenar la caída del avión”, aún lucha por hacerlo empinarse y volar. La inflación pesa mucho, el combustible de la inversión no llega, la producción sigue frenada.

Las gastadas de Tinelli en su programa a la larga o a la corta pueden generar el desgaste de sus víctimas. El Presidente puede obstruirle al animador su acceso al sillón de la AFA, pero Tinelli cuenta con la artillería de su rating y sus imitadores. Macri tuvo que refugiarse en el clinch: una invitación a Olivos, una hora de conversación sin testigos (“Hablamos de Todo”, tuiteó el animador) y un intercambio de máscaras virtuales para las redes.

¿Aquí no ha pasado nada? Se verá. Tinelli, en principio, hizo su aporte: el Macri que dibuja en su programa ahora habla mejor, tiene los pantalones puestos y difunde los mensajes oficiales. Evidentemente era indispensable la intervención presidencial.

Los problemas persistentes y los riesgos potenciales obligan, así, a Macri no sólo a conducir la comunicación oficial, sino a protagonizarla, a ocupar el centro de la escena (o del ring). A dar y recibir. O viceversa.
Esa joda no se acabará rápidamente.

 

 


(Artículos del mismo autor publicado en lacapitalmdp)